2 Su hijo Saúl era el hombre más apuesto en Israel; era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros.
3 Cierto día, los burros de Cis se extraviaron, y él le dijo a Saúl: «Lleva a un siervo contigo y ve a buscar los burros».
4 Así que Saúl tomó a un siervo y anduvo por la zona montañosa de Efraín, por la tierra de Salisa, por el área de Saalim y por toda la tierra de Benjamín, pero no pudieron encontrar los burros por ninguna parte.
5 Finalmente, entraron a la región de Zuf y Saúl le dijo a su siervo:—Volvamos a casa. ¡Es probable que ahora mi padre esté más preocupado por nosotros que por los burros!
6 Pero el siervo dijo:—¡Se me ocurre algo! En esta ciudad vive un hombre de Dios. La gente lo tiene en gran estima porque todo lo que dice se cumple. Vayamos a buscarlo; tal vez pueda decirnos por dónde ir.
7 —Pero no tenemos nada que ofrecerle —respondió Saúl—. Hasta nuestra comida se acabó y no tenemos nada para darle.
8 —Bueno —dijo el siervo—, tengo una pequeña pieza de plata. ¡Al menos, se la podemos ofrecer al hombre de Dios y ver qué pasa!