8 De manera que los levitas y todo el pueblo de Judá hicieron todo tal como el sacerdote Joiada les había ordenado. Los comandantes se encargaron de los hombres que se presentaban para su turno ese día de descanso, así como los que terminaban el suyo. El sacerdote Joiada no permitió que ninguno se fuera a su casa después de haber terminado su turno.
9 Luego Joiada dio a los comandantes las lanzas y los escudos grandes y pequeños que habían pertenecido al rey David y estaban guardados en el templo de Dios.
10 Ubicó a todos los hombres alrededor del rey, con sus armas listas. Formaron una hilera desde el lado sur del templo hasta el lado norte y alrededor del altar.
11 Entonces Joiada y sus hijos sacaron a Joás, el hijo del rey, pusieron la corona sobre su cabeza y le entregaron una copia de las leyes de Dios. Lo ungieron y lo proclamaron rey, y todos gritaron: «¡Viva el rey!».
12 Cuando Atalía oyó el ruido de la gente que corría y los gritos aclamando al rey, fue de prisa al templo del Señor para ver qué pasaba.
13 Cuando llegó, vio al recién coronado rey de pie en el lugar de autoridad, junto a la columna de entrada al templo. Los comandantes y los trompetistas lo rodeaban, y gente de todo el reino celebraba y tocaba las trompetas. Los cantores, con instrumentos musicales, dirigían al pueblo en una gran celebración. Cuando Atalía vio todo esto, rasgó su ropa en señal de desesperación y gritó: «¡Traición! ¡Traición!».
14 Después el sacerdote Joiada ordenó a los comandantes que estaban a cargo de las tropas: «Llévensela a los soldados que están de guardia frente al templo, y maten a cualquiera que intente rescatarla». Pues el sacerdote había dicho: «No deben matarla dentro del templo del Señor».