8 Me preguntó quién era yo, y le respondí que era amalecita.
9 Entonces me pidió que me acercara y me ordenó: “¡Mátame de una vez, pues estoy agonizando y no acabo de morir!”
10 Yo me acerqué y lo maté, pues me di cuenta de que no iba a sobrevivir al desastre. Luego le quité la diadema de la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo, para traérselos a usted, mi señor.
11 Al oírlo, David y los que estaban con él se rasgaron las vestiduras.
12 Lloraron y ayunaron hasta el anochecer porque Saúl y su hijo Jonatán habían caído a filo de espada, y también por el ejército del Señor y por la nación de Israel.
13 Entonces David le preguntó al joven que le había traído la noticia:—¿De dónde eres?—Soy un extranjero amalecita —respondió.
14 —¿Y cómo te atreviste a alzar la mano para matar al ungido del Señor? —le reclamó David.