8 —Ya les dije que yo soy. Si es a mí a quien buscan, dejen que éstos se vayan.
9 Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho: «De los que me diste ninguno se perdió.»
10 Simón Pedro, que tenía una espada, la desenfundó e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. (El siervo se llamaba Malco.)
11 —¡Vuelve esa espada a su funda! —le ordenó Jesús a Pedro—. ¿Acaso no he de beber el trago amargo que el Padre me da a beber?
12 Entonces los soldados, con su comandante, y los guardias de los judíos, arrestaron a Jesús. Lo ataron
13 y lo llevaron primeramente a Anás, que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año.
14 Caifás era el que había aconsejado a los judíos que era preferible que muriera un solo hombre por el pueblo.