3 Así que, mientras vive el marido, si se une a otro hombre, se llamará adúltera; pero si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si se une a otro marido, no será adúltera.
4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, a saber, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.
5 Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, que eran por la ley, actuaban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.
6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquélla en la cual estábamos sujetos, de modo que sirvamos en novedad de espíritu, y no en lo viejo de la letra.
7 ¿Qué, pues, diremos? ¿La ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la ley, y tampoco hubiera conocido la lujuria, si la ley no dijera: No codiciarás.
8 Pero el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda concupiscencia; porque sin la ley el pecado está muerto.
9 Así que, yo sin la ley viví en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí.