10 Mientras nosotros permanecíamos allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,
11 quien, viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo:—Esto dice el Espíritu Santo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles.”
12 Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar que no subiera a Jerusalén.
13 Pero Pablo respondió:—¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
14 Como no lo pudimos persuadir, desistimos, diciendo:—Hágase la voluntad del Señor.
15 Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén.
16 Y vinieron también con nosotros algunos de los discípulos de Cesarea, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.