28 Los israelitas sufrían muchoy se sentían muy humillados.
29 Después de dos años, el rey Antíoco envió a uno de sus ministros a cobrar los impuestos a las ciudades de Judea. Ese ministro llegó a Jerusalén acompañado de un ejército muy grande.
30 Al entrar en Jerusalén, este ministro quiso ganarse la confianza de los que vivían en la ciudad; por eso les habló con mucha amabilidad. Pero, cuando los israelitas menos lo esperaban, ese ministro y su ejército atacaron la ciudad y mataron a muchos de sus habitantes.
31 Luego destruyeron las casas, derribaron y quemaron la muralla que rodeaba la ciudad, y se llevaron todas las riquezas que allí había.
32 Además, los soldados se robaron todo el ganado, y se llevaron presos a las mujeres y a los niños.
33 Después, los soldados del ejército enemigo reconstruyeron la ciudad de Jerusalén, y la convirtieron en una fortaleza griega; le pusieron una muralla alta alrededor y torres fuertes.
34-35 Allí guardaron todo lo que se habían robado de Jerusalén, y también las armas y los alimentos; como vigilantes pusieron a gente malvada de otro país, y a algunos israelitas traidores.