30 Antíoco acostumbraba gastar mucho y dar regalos costosos; por eso le dio miedo quedarse sin dinero, como ya le había pasado antes.
31 Para resolver este problema, decidió ir a Persia a cobrar los impuestos de esos lugares, y reunir una gran cantidad de dinero.
32 Antes de partir, el rey dejó a un hombre de la familia real a cargo de todos los asuntos del reino, el cual se extendía desde el río Éufrates hasta Egipto. Ese hombre se llamaba Lisias, y era muy importante.
33 El rey le pidió que cuidara a su hijo, que también se llamaba Antíoco,
34-35 y le dejó la mitad de su ejército y los elefantes. Además, le dio instrucciones sobre todo lo que debía hacer, especialmente con Judea y Jerusalén. Le ordenó que enviara un ejército a Jerusalén, para matar a todos los israelitas rebeldes y acabar con lo que aún quedara de la ciudad. La orden era matarlos a todos, de modo que no quedara ni siquiera su recuerdo.
36 Una vez logrado esto, debía poblar con extranjeros la tierra de Israel.
37 Cuando los griegos cumplieron ciento cuarenta y siete años de gobernar desde Siria, el rey Antíoco tomó la otra mitad del ejército y salió de la ciudad de Antioquía, que era la capital de su imperio. Cruzó el río Éufrates y recorrió los países del norte.