50 Entonces, el rey se apoderó de la ciudad y dejó allí tropas para que la cuidaran.
51 Luego, Antíoco Quinto decidió atacar a los israelitas que estaban en el templo de Jerusalén. Los rodeó y amontonó objetos para que su ejército se ocultara y protegiera. También usó todo tipo de máquinas de guerra, para lanzar piedras y flechas encendidas.
52 Los israelitas también construyeron máquinas de guerra para defenderse. Por eso los combates duraron mucho tiempo.
53 Pero los alimentos comenzaron a faltar, pues era un año en que los israelitas dejaban descansar la tierra. Además, tuvieron que compartir la comida que tenían con los israelitas que habían llegado de los países paganos.
54 Como el hambre era más y más fuerte, muchos de los que defendían el templo se fueron a sus casas, y sólo quedaron unos pocos para defenderlo.
55-56 Antes de morir, el rey Antíoco Quinto le había pedido a un tal Filipo que educara a su hijo, también llamado Antíoco, para que fuera rey. Pero cuando Filipo regresó de Persia y Media con el ejército del rey, quiso quedarse con el reino. Al enterarse de ello, el general Lisias
57 decidió regresar rápidamente con su ejército, y les propuso al joven rey, a los jefes del ejército y a los soldados lo siguiente:«Cada día somos menos y se nos están acabando los alimentos. El lugar que atacamos está bien protegido. Por eso, ahora lo más importante es atender los problemas del imperio.