4 Allí Dios le dijo a Moisés: «Éste es el país que le daré a Israel. Así se lo prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob, tus antepasados. He querido que lo veas, porque no vas a entrar en él».
5-6 Moisés estuvo siempre al servicio de Dios. Tal como Dios lo había dicho, Moisés murió en Moab, frente a Bet-peor, y allí mismo fue enterrado, aunque nadie sabe el lugar exacto.
7 Cuando murió, tenía ciento veinte años, gozaba de buena salud y la vista todavía no le fallaba.
8 Los israelitas se quedaron treinta días en el desierto de Moab, para guardar luto por la muerte de Moisés. Ésa era la costumbre en aquella época.
9 Antes de morir, Moisés había puesto sus manos sobre la cabeza de Josué y Dios lo llenó de sabiduría. Por eso los israelitas obedecieron a Josué, y cumplieron con las órdenes que Dios le había dado a Moisés.
10 Nunca más hubo en Israel un profeta como Moisés, que hablara con Dios cara a cara.
11 Nunca nadie igualó las maravillas que Dios le mandó hacer contra Egipto y su rey.