7 Cuando murió, tenía ciento veinte años, gozaba de buena salud y la vista todavía no le fallaba.
8 Los israelitas se quedaron treinta días en el desierto de Moab, para guardar luto por la muerte de Moisés. Ésa era la costumbre en aquella época.
9 Antes de morir, Moisés había puesto sus manos sobre la cabeza de Josué y Dios lo llenó de sabiduría. Por eso los israelitas obedecieron a Josué, y cumplieron con las órdenes que Dios le había dado a Moisés.
10 Nunca más hubo en Israel un profeta como Moisés, que hablara con Dios cara a cara.
11 Nunca nadie igualó las maravillas que Dios le mandó hacer contra Egipto y su rey.
12 Nunca nadie tuvo más poder que Moisés, ni pudo imitar las grandes cosas que los israelitas le vieron hacer.