3 Ester le respondió:—Si Su Majestad en verdad me ama, y si le parece bien, le pido que salve mi vida y la de mi pueblo.
4 Se ha puesto precio a nuestra vida, y se nos quiere destruir. Si hubiéramos sido vendidos como esclavos y esclavas, yo me callaría, y no molestaría a Su Majestad por algo sin importancia.
5 El rey Asuero le preguntó:—¿Y quién se atrevió a hacer esto? ¿Dónde está?
6 Ester, señalando a Amán, le respondió:—¡Nuestro enemigo es este malvado!Al oír esto, Amán se quedó paralizado de miedo.
7 El rey Asuero se levantó de la mesa muy enojado, y salió al jardín para calmarse. Cuando Amán se dio cuenta de que el rey estaba decidido a matarlo, se quedó en la sala para rogarle a la reina que lo salvara.
8-9 Cuando el rey regresó del jardín y entró a la sala, vio que Amán estaba demasiado cerca de Ester. Entonces el rey exclamó:—¡Sólo eso me faltaba! ¡Que le faltes al respeto a mi esposa ante mis ojos, y en mi propia casa!Cuando los guardias oyeron los gritos del rey, entraron y le cubrieron la cara a Amán. Uno de los guardias, llamado Harboná, dijo:—En la casa de Amán hay una horca de veintidós metros de alto. Él la preparó para Mardoqueo, el judío que le salvó la vida a Su Majestad.
10 Entonces el rey ordenó:—¡Cuélguenlo allí!Los guardias colgaron a Amán en la horca que él había preparado para Mardoqueo, y así el rey se tranquilizó.