2-3 Un día, le dijo a su madre:—Te oí maldecir al ladrón que te robó más de mil monedas de plata. Pero en realidad fui yo quien te las quitó. Aquí las tienes.Y le devolvió las monedas de plata a su madre, quien le dijo:—¡Dios te bendiga, hijo mío! Ahora aparto esta plata para Dios. Con ella voy a mandar hacer una imagen de madera recubierta de plata, y te la daré a ti.
4 De la plata que le había devuelto su hijo, ella apartó doscientas monedas y se las llevó a un platero, a quien le pidió que hiciera una imagen tallada en madera y recubierta de plata. Después llevó la imagen a la casa de Micaías,
5 quien había hecho un altar en su casa; allí tenía otras imágenes y una túnica sacerdotal, y había nombrado sacerdote a uno de sus hijos.
6 En esa época los israelitas no tenían rey, y cada uno hacía lo que le daba la gana.
7 Había también en ese tiempo un joven de la tribu de Leví, que vivía como extranjero en Belén de Judá.
8 Un día salió de allí en busca de otro lugar donde vivir, y andando por la zona montañosa de Efraín llegó a la casa de Micaías.
9 Éste le preguntó:—¿De dónde vienes?Y el joven le contestó:—De Belén de Judá. Soy descendiente de Leví, y busco un lugar donde vivir.