1 Cierto día, en el mes de Abib, le llevé vino al rey Artajerjes. Como nunca me había visto triste,
2 el rey me preguntó:—¿Qué te pasa? No te ves enfermo. Esa cara triste me dice que debes estar preocupado.Sentí mucho miedo en ese momento,
3 y le dije al rey:—¡Deseo que Su Majestad viva muchos años! La verdad, sí estoy triste, y es que la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados está en ruinas. Sus portones han sido destruidos por el fuego.
4 El rey me preguntó:—¿Hay algo que pueda hacer por ti?Yo le pedí ayuda a Dios,
5 y le contesté al rey:—Si le parece bien a Su Majestad, y quiere hacerme un favor, permítame ir a Judá, para reconstruir la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados.
6 El rey, que estaba acompañado por la reina, me preguntó cuánto tiempo duraría mi viaje y cuándo regresaría. Yo le dije cuánto tardaría, y él me dio permiso para ir.
7 Entonces le pedí que me diera cartas para los gobernadores de la provincia que está al oeste del río Éufrates. Ellos debían permitirme pasar por sus territorios para llegar a Judá.