1 Cuando llegué a mi casa, dejaron en libertad a mi esposa y a mi hijo Tobías. Cierto día, mientras celebrábamos la fiesta de Pentecostés, que duraba siete semanas, ellos me prepararon una excelente comida.
2 Cuando me senté a la mesa y vi la comida, le dije a Tobías:«Hijo mío, averigua si entre nuestra gente acá en Nínive, hay algún pobre que con toda sinceridad le sea fiel a Dios, y tráelo a comer con nosotros. Yo esperaré hasta que regreses».
3 Tobías se fue a buscarlo y cuando regresó me dijo: «¡Padre, acaban de matar a un israelita y lo dejaron tirado en la plaza!»
4 Enseguida me levanté de la mesa y, sin probar alimento, fui a la plaza. Tomé el cadáver y lo puse en un cuarto para enterrarlo en cuanto anocheciera.
5 Luego regresé a mi casa, y como había tocado un muerto me lavé muy bien, y luego me senté a comer. Pero me sentí tan triste
6 que recordé las palabras del profeta Amós contra la ciudad de Betel: «Convertiré sus fiestas en velorios, y sus canciones en tristes lamentos». Y me puse a llorar.