2 Todos los días se levantaba muy temprano y se paraba a un lado del camino, a la entrada de la ciudad. Si alguien iba a ver al rey para arreglar sus problemas, Absalón lo llamaba y le preguntaba de dónde venía. En cuanto aquél le decía de qué tribu era,
3 Absalón le aseguraba:—Lo que pides es muy justo, pero el rey no tiene a nadie que atienda estos asuntos.
4 Si yo gobernara este país, los atendería y les haría justicia.
5 Además, a los que se acercaban a saludarlo y se inclinaban ante él, Absalón los levantaba, los abrazaba y los besaba.
6 Y así lo hacía con todos los que iban a ver al rey. De esa manera, fue ganándose a la gente.
7-8 Así pasaron cuatro años. Un día, Absalón le dijo al rey:—Cuando yo vivía en Guesur, le prometí a Dios que si él me permitía volver a Jerusalén, yo iría a Hebrón para adorarlo. Yo te ruego que me dejes ir allá para cumplir mi promesa.
9-11 El rey le dijo que podía irse tranquilo, y Absalón se fue acompañado de doscientos hombres. Pero ninguno de ellos conocía los planes de Absalón. Desde Hebrón mandó a decir a todas las tribus de Israel: «Cuando oigan sonar la trompeta, griten: “¡Absalón ha sido coronado rey en Hebrón!”»