29 Después de esto el espíritu de Dios actuó sobre Jefté, y lo hizo recorrer los territorios de Galaad y Manasés, y volver después a Mispá de Galaad. De allí Jefté fue al territorio de los amonitas,
30 en donde le prometió a Dios: «Si me das la victoria sobre los amonitas,
31 yo te ofreceré como sacrificio a la primera persona de mi familia que salga a recibirme».
32 Jefté cruzó el río para atacar a los amonitas, y Dios le dio la victoria sobre ellos.
33 Mató a muchos enemigos y conquistó veinte ciudades, desde Aroer hasta la zona de Minit, llegando hasta Abel-queramim. Así los israelitas dominaron a los amonitas.
34 Cuando Jefté regresó a su casa en Mispá, su única hija salió a recibirlo, bailando y tocando panderetas. Aparte de ella Jefté no tenía otros hijos,
35 así que se llenó de tristeza al verla, y rompió sus ropas como señal de su desesperación. Le dijo:—¡Ay, hija mía! ¡Qué tristeza me da verte! Y eres tú quien me causa este gran dolor, porque le hice una promesa a Dios y tengo que cumplírsela.