8 Al llegar los leprosos a los alrededores del campamento penetraron en una tienda y se pusieron a comer y beber; se apoderaron de plata, oro y ropa, y se fueron y lo escondieron. Después volvieron y entraron en otra tienda, y también de allí tomaron cosas y fueron a esconderlas.
9 Pero luego dijeron entre sí:–No estamos haciendo bien. Hoy es día de llevar buenas noticias y nosotros nos las estamos callando. Si esperamos hasta la mañana, nos considerarán culpables. Es mejor que vayamos al palacio y demos aviso.
10 Fueron entonces y llamaron a los centinelas de la ciudad, y les dijeron:–Hemos ido al campamento sirio y no había absolutamente nadie; ni siquiera se oía hablar a nadie. Solo estaban los caballos y los asnos atados, y las tiendas de campaña tal como las instalaron.
11 Los que vigilaban la entrada de la ciudad llamaron en seguida a los de palacio.
12 Entonces se levantó el rey, y, aunque aún era de noche, dijo a sus oficiales:–Voy a explicaros lo que tratan de hacernos los sirios. Como saben que estamos padeciendo hambre, han salido del campamento y se han escondido en el campo, pensando que, cuando nosotros salgamos de la ciudad, nos atraparán vivos y entrarán en ella.
13 Pero uno de sus oficiales dijo:–Enviemos unos hombres con cinco de los caballos que quedan, y veamos qué pasa. Si viven o si mueren, su situación no será mejor ni peor que la de los demás israelitas que quedamos aquí.
14 Así que tomaron dos carros con caballos, y el rey los mandó al campamento sirio con órdenes de inspeccionarlo.