21 ‘No codicies la mujer de tu prójimo. No desees la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su esclavo o su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca.’
22 “Estas son las palabras que el Señor pronunció en voz alta, de en medio del fuego y de una nube espesa, cuando todos estaban reunidos al pie del monte. Después ya no dijo más, y escribió estas palabras en dos tablas de piedra, y me las entregó.
23 Pero cuando oísteis aquella voz que salía de entre las tinieblas, y visteis el monte en llamas, todos vosotros, los jefes de las tribus y los ancianos, vinisteis a hablar conmigo
24 y me dijisteis: ‘Verdaderamente el Señor nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su poder, y hemos oído su voz, que salía de en medio del fuego. Hoy hemos comprobado que Dios puede hablar con los hombres sin que ellos mueran.
25 Sin embargo, ¿para qué exponernos a morir consumidos por este terrible fuego? Si volvemos a escuchar la voz del Señor nuestro Dios, moriremos;
26 pues, ¿qué hombre hay que pueda escuchar la voz del Dios viviente hablando de en medio del fuego, como la hemos oído nosotros, sin que le cueste la vida?
27 Mejor es que tú te acerques y escuches todo lo que el Señor nuestro Dios te diga, y luego ya nos dirás lo que te haya comunicado, y nosotros cumpliremos lo que se nos diga.’