11 Como la luz me había dejado ciego, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
12 “Había en Damasco un hombre llamado Ananías, que era muy piadoso y cumplidor de la ley de Moisés. Todos los judíos que vivían allí hablaban muy bien de él.
13 Ananías vino a verme y me dijo al llegar: ‘Hermano Saulo, recibe de nuevo la vista.’ En aquel mismo momento recobré la vista y pude verle.
14 Luego añadió: ‘El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad y para que veas al que es justo y oigas su voz de sus propios labios.
15 Pues vas a ser testigo suyo ante todo el mundo, y vas a contar lo que has visto y oído.
16 Ahora no esperes más. Levántate y bautízate invocando el nombre del Señor, para limpiarte de tus pecados.’
17 “Cuando regresé a Jerusalén, fui al templo a orar y tuve una visión.