Romanos 8 DHHE

9. El Espíritu nos da vida (8)

1 Así pues, ahora no hay ya ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús,

2 porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.

3 Porque Dios ha hecho lo que no pudo hacer la ley de Moisés, que era incapaz de hacerlo a causa de la debilidad humana: Dios envió a su Hijo en la misma débil condición del hombre pecador y como sacrificio por el pecado, para de este modo condenar al pecado en la propia debilidad de nuestra condición.

4 Y lo hizo para que podamos cumplir lo que la ley exige, pues ya no vivimos conforme a la naturaleza del hombre pecador sino conforme al Espíritu.

5 Los que viven conforme a lo débil de la condición humana se preocupan solo de las cosas humanas; pero los que viven conforme al Espíritu se preocupan de las cosas del Espíritu.

6 Ahora bien, preocuparse solo de lo que es humano lleva a la muerte; en cambio, preocuparse de las cosas del Espíritu lleva a la vida y la paz.

7 Los que se preocupan solo de las cosas humanas son enemigos de Dios, porque ni quieren ni pueden someterse a su ley.

8 Por eso, los que viven sometidos a los deseos de la débil condición humana no pueden agradar a Dios.

9 Pero vosotros ya no vivís conforme a tales deseos, sino conforme al Espíritu, si es que realmente el Espíritu de Dios vive en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.

10 Pero si Cristo vive en vosotros, el espíritu vive porque Dios os ha hecho justos, aun cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado.

11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros.

12 Así pues, hermanos, tenemos un deber, que no es el de vivir conforme a los deseos de la débil condición humana.

13 Porque si vivís conforme a esos deseos, moriréis; pero si los hacéis morir por medio del Espíritu, viviréis.

14 Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.

15 Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud que os lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que os hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: “¡Abbá!, ¡Padre!”

16 Este Espíritu es el mismo que se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.

17 Y por ser sus hijos tendremos también parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, si en verdad sufrimos con él para después estar con él en su gloria.

La esperanza de la gloria

18 Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después.

19 La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste que somos hijos de Dios.

20 Porque la creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso; pero le quedaba siempre la esperanza

21 de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

22 Sabemos que hasta ahora la creación se queja y sufre como una mujer con dolores de parto.

23 Y no solo sufre la creación, sino también nosotros que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que hemos de recibir. Sufrimos intensamente esperando el momento en que Dios nos adopte como hijos, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos.

24 Y en esa esperanza hemos sido salvados. Ahora bien, si lo que se espera está ya a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿a qué esperar lo que ya se está viendo?

25 Pero si lo que esperamos es algo que aún no vemos, con constancia hemos de esperarlo.

26 De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

27 Y Dios, que examina los corazones, sabe qué quiere decir el Espíritu, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios por los del pueblo santo.

Más que vencedores

28 Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, de quienes él ha llamado de acuerdo con su propósito.

29 A los que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el mayor entre muchos hermanos.

30 Y a los que Dios destinó desde un principio, también los llamó; y a los que llamó los hizo justos; y a los que hizo justos les dio parte en su gloria.

31 ¿Qué más podríamos decir? ¡Si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros!

32 Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?

33 ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido? ¡Dios es quien los hace justos!

34 ¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que resucitó, y además está a la derecha de Dios rogando por nosotros.

35 ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la muerte violenta...?

36 Como dice la Escritura:“Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte;nos tratan como a ovejas llevadas al matadero.”

37 Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

38 Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente ni lo futuro,

39 ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor!

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