18 No saben ni entienden. Sus ojos están cerrados para que no puedan ver. Lo mismo pasa con su mente, para que no entiendan.
19 Ninguno se detiene a pensar y no cuentan con el conocimiento o entendimiento necesario para decir: «La mitad del árbol la quemé en el fuego y horneé pan sobre ella, asé carne y me la comí. ¿Cómo es que hago con el resto algo tan despreciable? ¿Cómo es que me estoy inclinando ante un pedazo de madera?»
20 Es como alimentarse de cenizas. Su mente trastornada lo ha llevado a desviarse. No se puede salvar a sí mismo, ni dirá: «Lo que tengo en mi mano es un fraude».
21 «Recuerda todo esto, Jacob, porque tú eres mi siervo, Israel. Yo te hice, tú eres mi siervo. Israel, nunca te echaré al olvido.
22 Como se disipa una nube, yo he disipado tus maldades, y tus pecados como la neblina. Vuelve a mí, porque yo te salvé».
23 Canten, cielos, por lo que ha hecho el SEÑOR. Griten, partes más profundas de la tierra. Lancen gritos de alegría, montañas, el bosque y cada árbol que hay en él. Porque el SEÑOR ha salvado a Jacob y muestra su gloria a través de Israel.
24 Esto es lo que dice el SEÑOR, tu Salvador, el que te formó en el vientre: «Yo soy el SEÑOR, el Creador de todo, el que extendió los cielos él solo, el que expandió la tierra sin ayuda de nadie.