Hechos 5 RVR1909

1 Pero un hombre llamado Ananías, con Safira, su esposa, vendió una propiedad

2 y se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su esposa; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.

3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y te quedases con parte del precio de la heredad?

4 Reteniéndola, ¿no te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

5 Entonces Ananías, al oír estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.

6 Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.

7 Y pasado un espacio como de tres horas, sucedió que entró su esposa, sin saber lo que había acontecido.

8 Entonces Pedro le dijo: Dime: ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.

9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.

10 Y al instante ella cayó a los pies de él y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron y la sepultaron junto a su marido.

11 Y vino un gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oyeron estas cosas.

12 Y por las manos de los apóstoles se hacían muchos milagros y prodigios entre el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.

13 Y de los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; no obstante, el pueblo los alababa grandemente.

14 Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número tanto de hombres como de mujeres,

15 tanto que sacaban a los enfermos a las calles y los ponían en camas y en lechos, para que, al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.

16 Y aun de las ciudades vecinas concurrían multitudes a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran sanados.

17 Entonces, levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, que era la secta de los saduceos, se llenaron de celos;

18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.

19 Pero un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo:

20 Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.

21 Y habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.

22 Pero cuando llegaron los oficiales y no los hallaron en la cárcel, volvieron y dieron aviso,

23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad y los guardias que estaban delante de las puertas; pero cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.

24 Y cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.

25 Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que echasteis en la cárcel están en el templo y enseñan al pueblo.

26 Entonces fue el capitán de la guardia con los oficiales y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

27 Y cuando los trajeron, los presentaron ante el concilio; y el sumo sacerdote les preguntó,

28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y he aquí, habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.

29 Y respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.

30 El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole de un madero.

31 A éste, Dios ha exaltado con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados.

32 Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, que ha dado Dios a los que le obedecen.

33 Ellos, oyendo esto, se enfurecieron y consultaban entre sí para matarlos.

34 Entonces, levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado por todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles.

35 Y les dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer con respecto a estos hombres.

36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; a éste se unió un número como de cuatrocientos hombres, pero él fue muerto; y todos los que le creyeron fueron dispersados y reducidos a nada.

37 Después de éste, se levantó Judas, el galileo, en los días del censo, y llevó mucho pueblo tras sí. Pereció también él, y todos los que le seguían fueron dispersados.

38 Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres y dejadlos, porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;

39 pero si es de Dios, no la podréis destruir; no sea que seáis tal vez hallados luchando contra Dios.

40 Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les ordenaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron.

41 Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.

42 Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.

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