7 Judas Macabeo fue el primero en tomar las armas en defensa de sus compatriotas. Después invitó a los demás a que, sin temor al peligro, siguieran su ejemplo. Así todos, con mucho entusiasmo, marcharon a la batalla.
8 Cuando ya estaban cerca de Jerusalén, se les apareció un jinete vestido de blanco, y con armas de oro, que se puso al frente del ejército.
9 Entonces todos alabaron a Dios por su ayuda. Se sintieron tan contentos que estaban dispuestos a pelear, no sólo contra ese ejército sino también contra animales salvajes. Era tal la fuerza que sentían, que se creían capaces de derribar murallas de hierro.
10 Como Dios había tenido compasión de ellos, marcharon en orden de combate. Al frente de ellos iba el guerrero celestial.
11 Se lanzaron contra el enemigo como leones, y derribaron a once mil soldados y a mil seiscientos jinetes. A los demás los obligaron a huir,
12 heridos y sin armas. Lisias mismo escapó con vida, pero muy avergonzado por la derrota.
13 Como Lisias no era ningún tonto, se puso a pensar en la batalla que había perdido, y se dio cuenta de que era imposible vencer a los judíos, ya que el Dios todopoderoso los ayudaba.