1 Poco tiempo después, el rey Antíoco envió a Jerusalén a un jefe de la ciudad de Atenas. Sus órdenes eran obligar a los judíos a dejar por completo las costumbres de sus antepasados y las leyes de Dios.
2 Ese jefe debía convertir el templo de Jerusalén en un lugar dedicado al dios Zeus Olímpico, y donde se practicaran actos que ofendieran al Dios de Israel. También debía dedicar el templo del monte Guerizim al dios Zeus Hospitalario, pues la gente de allí lo quería adorar.
3 Tanta maldad afectó mucho al pueblo judío, y esto llegó a ser insoportable.
4 El templo se convirtió en un lugar donde los que no creían en Dios hacían fiestas, comían y bebían hasta emborracharse, y hasta tenían relaciones sexuales con prostitutas. También metieron en el templo utensilios que estaban prohibidos por la ley de Dios.
5 El altar se mantenía lleno de animales que Dios no aceptaba como ofrenda.
6 Ya no se podía celebrar la fiesta del sábado, ni las fiestas religiosas judías. Y si alguien decía que era judío, ponía en peligro su vida.
7 Además, para celebrar el nacimiento del rey, cada mes la gente estaba obligada a comer de los animales que se sacrificaban en el altar. Y en la fiesta del dios Baco, la gente era obligada a participar en la procesión, llevando una corona de flores sobre la cabeza.
8 Los judíos que vivían en las ciudades griegas vecinas estaban obligados a comer la carne de los animales que se ofrecían en los sacrificios de los dioses griegos. Esa ley fue impuesta a petición de los habitantes de Tolemaida.
9 El que no aceptaba las costumbres griegas era condenado a morir. Todo esto fue sólo el comienzo de la desgracia que vendría después.
10 Así, por ejemplo, dos mujeres fueron acusadas de circuncidar a sus hijos. Como castigo, les ataron sus hijos al pecho y las arrastraron por toda la ciudad. Después las arrojaron desde lo alto de la muralla.
11 Otros fueron acusados ante el oficial Filipo de haberse reunido en unas cuevas cercanas, para celebrar a escondidas el sábado. Todos ellos fueron quemados, y por respeto al día sábado ninguno se defendió.
12 A los que lean este libro, les aconsejo que no se asusten al enterarse de tanta crueldad. Piensen que todo esto sucedió, no para destruir a nuestro pueblo, sino para corregirlo.
13 En realidad, todo esto demuestra que Dios es bueno, y no permite que los pecadores cometan maldades por mucho tiempo, sino que actúa rápidamente y los castiga.
14 Hay que tener en cuenta que Dios no nos trata como a las otras naciones. Para castigar a esas naciones, Dios espera pacientemente que hayan cometido muchos, pero muchos pecados.
15 En cambio, a nosotros nos castiga en cuanto pecamos.
16 Así Dios nos muestra su misericordia, pues él nunca nos abandona, ni siquiera cuando nos castiga con alguna desgracia.
17 Bueno, como ya les hice esta aclaración, podemos ahora continuar con nuestra historia.
18 Al anciano Eleazar, que era una persona de aspecto distinguido y uno de los más importantes maestros de la ley, le abrieron la boca a la fuerza para obligarlo a comer carne de cerdo. Esa carne estaba prohibida por la ley de Dios.
19-20 Pero él prefirió morir con honor, en vez de seguir viviendo humillado. Después de escupir la carne, se dirigió decididamente al lugar donde lo iban a matar. Aunque sabía que perdería la vida, se comportó como deben hacerlo quienes tienen el valor de obedecer a Dios.
21 Los encargados de obligar a Eleazar a comer carne de cerdo, lo conocían desde hacía mucho tiempo. Por eso, lo llevaron aparte y le propusieron que mandara traer carne permitida por la ley, y que él mismo hubiera preparado. El plan era que comiera de esa carne para que todos pensaran que había obedecido la orden del rey.
22 De esa manera intentaban salvar a Eleazar, pues eran sus amigos desde hacía mucho tiempo.
23 Sin embargo, Eleazar actuó con madurez, de acuerdo con su edad. Respetó su ancianidad, y dio una vez más el buen ejemplo que había dado toda su vida. Pero sobre todo, obedeció la santa ley de Dios. Por eso les dijo:«¡Mátenme de una vez!
24 Estaría muy mal que a mi edad cometiera ese engaño. No quiero que los jóvenes vean que a los noventa años de edad cambié de religión.
25 No quiero que mi pueblo caiga en el error por mis engaños y por mi interés de vivir unos pocos años más. Si hago lo que ustedes me dicen, viviría lleno de vergüenza y humillación los pocos años que me quedan de vida.
26 Y aunque ahora me salvara del castigo humano, ni vivo ni muerto escaparía del castigo del Dios todopoderoso.
27 Por respeto a mis canas, prefiero morir como un valiente.
28 Así les dejaré a los jóvenes un ejemplo digno de imitar. ¡Muero valientemente por nuestras santas y valiosas leyes!»Apenas terminó de hablar, Eleazar caminó hacia el lugar donde lo iban a matar.
29 Los que lo llevaban pensaron que el anciano se había vuelto loco, y en vez de ser amables con él lo trataron con dureza.
30 Cuando Eleazar estaba a punto de morir por los golpes recibidos, dijo entre gemidos de dolor:«Dios conoce bien todas las cosas. Él sabe que pude escapar de la muerte, pero que preferí sufrir el dolor de los golpes recibidos. También sabe que por amor a él muero con gusto».
31 Así murió Eleazar, dejando a los jóvenes y a toda la nación el recuerdo ejemplar de su noble vida, tan valiente y generosa.