18 La gente de Jerusalén salía de sus casas y oraba por las calles en favor del templo, que estaba en peligro de no ser respetado.
19 Las mujeres, para mostrar su dolor, se pusieron ropas sencillas y ásperas, y así andaban por las calles. Las muchachas, que debían permanecer encerradas en sus casas, corrían espantadas hacia los portones de la ciudad o subían a las murallas, mientras que otras miraban por las ventanas.
20 Pero todas, con las manos levantadas al cielo, oraban a Dios.
21 Daba mucha pena ver a toda aquella gente confundida y tendida por el suelo. De igual manera, conmovía ver al jefe de los sacerdotes lleno de dolor.
22 Mientras todo el pueblo le rogaba al Dios todopoderoso que protegiera el dinero del templo,
23 Heliodoro se preparó para llevar a cabo su plan.
24-25 Entró en el templo con sus acompañantes, y todos ellos se colocaron junto a los tesoros. Pero en ese momento Dios, que es el Dios de todos los espíritus y de todo poder, se manifestó de una manera asombrosa: Un jinete terrible, vestido con una armadura de oro, y montado sobre un caballo lleno de adornos preciosos, se apareció en el lugar. Al verlo, todos los que se atrevieron a entrar al templo quedaron paralizados de miedo, y perdieron las fuerzas. El caballo se lanzó contra Heliodoro y lo atacó con sus patas delanteras.