26 Luego aparecieron dos jóvenes muy fuertes, hermosos y bien vestidos, que se pusieron junto a Heliodoro, uno a cada lado, y le dieron una tremenda paliza.
27 Heliodoro cayó de inmediato al suelo, y no podía ver nada. Los que lo acompañaban tuvieron que levantarlo y ponerlo en una camilla.
28 Así Heliodoro, que había llegado hasta el tesoro lleno de orgullo y acompañado con muchos soldados, tuvo que irse con las manos vacías, y sin fuerzas para caminar solo. ¡Todos reconocieron el poder de Dios!
29 Al ver el poder de Dios, Heliodoro se quedó mudo y al borde de la muerte.
30 Los judíos alabaron a Dios porque se había manifestado de manera tan poderosa en el templo. Fue así como Dios hizo que la tristeza y el miedo se cambiaran en gozo y alegría.
31 Algunos de los compañeros de Heliodoro fueron enseguida a donde estaba el sacerdote Onías, y le suplicaron que le pidiera al Dios altísimo que sanara a Heliodoro, pues se estaba muriendo.
32 Onías tenía miedo de que el rey fuera a pensar que los judíos eran los culpables de lo que le había pasado a Heliodoro. Por eso presentó una ofrenda a Dios, para pedirle por la salud de Heliodoro.