31 Algunos de los compañeros de Heliodoro fueron enseguida a donde estaba el sacerdote Onías, y le suplicaron que le pidiera al Dios altísimo que sanara a Heliodoro, pues se estaba muriendo.
32 Onías tenía miedo de que el rey fuera a pensar que los judíos eran los culpables de lo que le había pasado a Heliodoro. Por eso presentó una ofrenda a Dios, para pedirle por la salud de Heliodoro.
33 Y mientras Onías presentaba la ofrenda por el perdón de los pecados, se aparecieron nuevamente los jóvenes que habían golpeado a Heliodoro, y le dijeron a éste: «Debes estar muy agradecido con Onías, el jefe de los sacerdotes, pues debido a su oración Dios te permite seguir viviendo.
34 Ahora tú, que has recibido el castigo del Dios del cielo, cuéntales a todos del gran poder de Dios». Y apenas terminaron de decirle esto, los jóvenes desaparecieron.
35 Entonces Heliodoro le presentó a Dios una ofrenda y le hizo muchas promesas, porque lo había sanado. Después se despidió de Onías y regresó con su ejército a donde estaba el rey.
36 Y a partir de aquel momento, daba testimonio ante la gente de las grandes y poderosas obras del Dios altísimo, que él había visto con sus propios ojos.
37 Cuando el rey le preguntó a Heliodoro quién otro podía ser enviado de nuevo a Jerusalén, Heliodoro le contestó: