2 Hasta se atrevió a decir que Onías era enemigo de la nación. Pero todo eso era mentira, pues Onías no hacía otra cosa que servir a la ciudad, defender a sus compatriotas y obedecer fielmente las leyes.
3 Tanto creció el odio entre ellos, que hasta uno de los seguidores de Simón cometió varios crímenes.
4 Onías vio que este odio le podría traer muchos problemas. Para colmo de males, Apolonio hijo de Menesteo, que era general de los ejércitos de Celesiria y Fenicia, apoyaba a Simón en su maldad.
5 Por eso Onías decidió presentarse ante el rey, no para acusar a sus compatriotas, sino para buscar el bien de toda la nación.
6 Él estaba seguro de que sólo con la ayuda del rey se podría conseguir la paz y poner fin a la maldad de Simón.
7 Cuando murió el rey Seleuco, subió al poder Antíoco, conocido con el sobrenombre de Epífanes. Como Jasón, el hermano de Onías, quería ser jefe de los sacerdotes, decidió ofrecerle dinero al rey Antíoco para que le diera el puesto.
8 Entonces fue a hablar con el rey, y le prometió once mil ochocientos ochenta kilos de plata como primer pago, y luego dos mil seiscientos cuarenta kilos más.