30 Entre tanto, los habitantes de Tarso y de Malos se rebelaron porque sus ciudades fueron regaladas a Antióquida, una de las mujeres del rey Antíoco.
31 Por eso, el rey fue rápidamente a esas ciudades para detener la rebelión, y dejó allí como encargado a Andrónico, que era uno de los hombres más importantes en el reino.
32 Aprovechando esa situación, Menelao robó algunos objetos de oro del templo. Unos se los regaló a Andrónico y otros los vendió en Tiro y en las ciudades cercanas.
33 Al enterarse de esto, Onías fue a refugiarse en un santuario junto a Dafne, cerca de Antioquía, y desde allí le hizo duras críticas a Menelao.
34 Por eso, Menelao empezó a presionar a Andrónico para que matara a Onías. Entonces Andrónico fue a visitar a Onías, y al llegar, le dio la mano para saludarlo y le juró que no le haría daño. Y aunque Onías tenía sus dudas, se dejó convencer y salió del santuario. Pero Andrónico lo mató de inmediato, sin importarle su juramento.
35 La muerte injusta y violenta de Onías causó mucho dolor y enojo, no sólo entre los judíos sino también entre la gente de otros países.
36 Cuando el rey Antíoco regresó a la ciudad de Antioquía, los judíos y los griegos que vivían allí fueron a hablar con él, para protestar por el asesinato de Onías.