38 Entonces, lleno de rabia, le quitó a Andrónico su manto real y le rompió sus vestidos. Luego ordenó que lo llevaran por toda la ciudad hasta el lugar donde había asesinado sin piedad a Onías, y allí mismo ordenó que lo mataran. Fue así como Dios le dio a Andrónico el castigo que se merecía.
39 Lisímaco se robó muchos objetos del templo de Jerusalén, con el permiso de Menelao. Cuando la gente se enteró, ya eran muchos los objetos de oro que Lisímaco se había robado. Por eso el pueblo se enojó y se rebeló contra Lisímaco.
40 Ante la furia de la gente, y el peligro de una guerra, Lisímaco armó a tres mil hombres para atacar a los que se habían rebelado. Al mando de esos hombres puso a un anciano llamado Auranos, que era tan viejo como loco.
41 La gente, al verse atacada por los soldados de Lisímaco, respondió al ataque. Unos agarraron piedras, otros tomaron garrotes, y otros lanzaron ceniza contra los soldados de Lisímaco.
42 Así lograron herir a muchos y matar a otros, y a los demás los hicieron huir. A Lisímaco, que le había faltado el respeto al templo, lo mataron a un lado del tesoro del templo.
43 Por causa de estos problemas, Menelao fue sometido a juicio.
44 Cuando el rey Antíoco se encontraba en Tiro, tres representantes de las autoridades judías fueron a acusar a Menelao ante el rey.