25 Pero como el muchacho no le hizo caso, el rey pidió a la madre que aconsejara a su hijo para que no tuviera que morir.
26 El rey insistió tanto, que al fin ella aceptó hablar con su hijo.
27 Burlándose del perverso rey, se inclinó hacia su joven hijo y en su propio idioma le dijo: «Hijo mío, ten compasión de mí. Yo te tuve nueve meses en mi vientre, te di el pecho por tres años y te he criado hasta ahora.
28 Te ruego que observes el cielo y la tierra, y pienses en todo lo que hay en ellos. Dios hizo todo esto de la nada, y de la misma manera hizo la raza humana.
29 No le tengas miedo a este verdugo; sigue el ejemplo de tus hermanos y acepta la muerte. Si lo haces, por la bondad de Dios, te recuperaré junto con ellos».
30 La madre aún estaba hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperan? ¡No voy a hacer lo que el rey quiere! Yo sólo obedezco la ley que Dios dio a nuestros antepasados por medio de Moisés.
31 Y tú, rey Antíoco, has inventado muchas formas de atormentar a los judíos, pero no creas que escaparás del castigo de Dios.