31 Las armas de los enemigos vencidos quedaron guardadas en un lugar seguro, y lo demás se lo llevaron a Jerusalén.
32 También mataron al capitán del ejército de Timoteo, que era un hombre malvado y había hecho mucho daño a los judíos.
33 Cuando estaban en Jerusalén, celebrando su triunfo, quemaron vivos a los que habían incendiado las puertas del patio del templo. Luego sacaron a Calístenes, que se había escondido en una pequeña casa, y también lo quemaron. Así recibió el justo castigo por su falta de respeto al templo.
34 Nicanor, ese terrible criminal enviado por el rey Tolomeo, que había llamado a mil comerciantes para venderles como esclavos a los judíos,
35 fue humillado por Dios. Aquellos que, según él, no valían nada, lo derrotaron y le quitaron sus finas vestiduras. Así tuvo que huir solo por los campos, hasta que llegó a Antioquía. Pero a él le fue mejor que a su ejército, que fue totalmente destruido.
36 El que planeaba pagar los impuestos a los romanos, y que vendía a los judíos como esclavos en Jerusalén, tuvo que reconocer que éstos tenían un defensor que peleaba por ellos, y aceptar que eran invencibles porque obedecían las leyes de su Dios.