8 Abisai le dijo a David:—Dios le da a usted la oportunidad de matar a su enemigo. Déjeme que lo clave en la tierra con su propia lanza. Un solo golpe bastará.
9-11 —¡No lo mates! —respondió David—. ¡Y que Dios me libre de matar a quien él mismo eligió para ser rey! Dios no dejará sin castigo a quien le haga daño al rey que él mismo ha elegido.»Ya le llegará su hora. Estoy seguro de que Dios mismo le quitará la vida, y morirá de muerte natural o lo matarán en batalla. Mejor toma su lanza y su jarra de agua, y vámonos de aquí.
12 Nadie vio a David ni a Abisai, ni nadie se despertó, pues Dios hizo que todos se quedaran bien dormidos.
13 Luego David se fue al otro lado del campamento, subió a la punta de un cerro lejano,
14 y desde allí empezó a gritarle a Abner y al ejército:—¡Abner! ¿Por qué no respondes?—¿Quién eres tú para gritarle así al rey? —contestó Abner.
15-16 Y David le dijo:—¿No es verdad que tú eres uno de los mejores soldados de Israel? Entonces, ¿cómo es posible que no hayas cuidado a tu señor el rey? Mira lo que tengo en la mano: ¡es la lanza del rey, y su jarra de agua!»Un hombre del pueblo estuvo a punto de matarlo, y tú no hiciste nada para evitarlo. ¡Muy mal hecho! Mereces la muerte por no haber protegido al rey elegido por Dios.
17 Saúl reconoció la voz de David, y dijo:—David, ¿eres tú el que habla?Y David le contestó:—Sí, mi señor y rey; soy yo.