4 Pero te prometo que no morirás en la batalla,
5 sino que morirás en paz. Cuando mueras, la gente se pondrá muy triste y quemará incienso en tu honor, como lo hicieron con tus antepasados”».
6 Yo fui a Jerusalén y le dije todo esto al rey Sedequías.
7 Mientras tanto, el ejército del rey de Babilonia estaba atacando las ciudades de Jerusalén, Laquis y Azeca. Estas ciudades eran las únicas protegidas por grandes murallas, y por eso aún no habían sido conquistadas.
8 Dios volvió a hablarme después de que el rey Sedequías y toda la gente de Jerusalén decidieron liberar a los esclavos.
9 Según esa decisión, ningún israelita debía esclavizar a sus compatriotas, sino que debían ponerlos en libertad.
10 Los jefes y toda la gente estuvieron de acuerdo en hacerlo así,