21 Antíoco se llevó del templo cerca de sesenta mil kilos de plata, y rápidamente se fue a Antioquía. Era tan orgulloso y vanidoso que se creía capaz de caminar por el mar y de hacer que los barcos navegaran en tierra.
22 Antes de irse de Judea, Antíoco dejó a varios oficiales para que siguieran maltratando a los judíos. En Jerusalén dejó a Filipo, oficial que venía de la región de Frigia y era más malo que su propio jefe.
23 En el monte Guerizim dejó a Andrónico. Y por si fuera poco, también dejó a Menelao, que era peor que aquellos dos, pues odiaba aún más a los de su propio país.
24 Luego Antíoco envió al general Apolonio con un ejército de veintidós mil soldados, y les dio la orden de matar a todos los hombres mayores de edad, y de vender como esclavos a las mujeres y a los niños.
25 Cuando Apolonio llegó a Jerusalén, hizo creer a la gente que iba con buenas intenciones; pero cuando llegó el sábado, que es el día separado por Dios para el descanso de los judíos, hizo un desfile militar.
26 A los judíos que salieron a ver el desfile, los mataron a filo de espada; después Apolonio y su ejército recorrieron las calles de la ciudad, matando a muchísima gente.
27 Fue entonces cuando Judas Macabeo reunió un grupo de diez hombres, y se retiró al desierto. Allí vivió como las bestias salvajes, en compañía de sus hombres. Comían sólo verduras, pues no querían comer alimentos que estaban prohibidos por la religión judía.