1 ¡Escuchen, silenciosas ante mí, oh tierras de ultramar! Presenten sus más sólidos argumentos. Adelante, tienen la palabra. El tribunal está listo para su proceso.
2 ¿Quién ha incitado a éste desde el oriente, que encuentra la victoria a cada paso? ¿Quién será, sino el SEÑOR? Dios le ha dado victoria sobre muchas naciones, y le ha permitido pisotear a reyes y atravesar con la espada ejércitos enteros.
3 Él los persigue y marcha adelante libre de peligro, aunque ande por sendas desconocidas.
4 ¿Quién ha realizado tales proezas, dirigiendo los asuntos de las generaciones de los seres humanos conforme éstas se suceden? ¡Yo, el SEÑOR, el primero y el último! ¡Sólo yo soy!
5 Las tierras de ultramar observan aterrorizadas y esperan noticias de las nuevas campañas de Ciro. Naciones remotas tiemblan y se movilizan para la guerra.
6 Cada varón anima a su vecino diciendo: «No te preocupes, no triunfará».
7 Pero van presurosos a hacerse un nuevo ídolo, el tallador corre al orfebre y el forjador ayuda en el yunque. «Muy bien», dicen, «está saliendo muy bien. Ahora podemos soldarle los brazos». Cuidadosamente le pegan las extremidades y luego aseguran el monigote en su sitio para que no se caiga.