1 En carreta de bueyes llevan a los ídolos de Babilonia, Bel y Nebo. ¡Pero miren! ¡Las bestias tropiezan! ¡El carro se vuelca! ¡Los dioses caen por tierra! ¿Es eso todo lo que pueden hacer? Si ni a sí mismos pueden salvarse de caer, ¿cómo podrán salvar de Ciro a sus adoradores?
3 Escúchenme, todos lo que han quedado de Israel: Yo los creé y los he cuidado desde su nacimiento.
4 Yo seré su Dios en toda su vida. Sí, hasta que su cabello se encanezca por la edad. Yo los hice y yo los cuidaré, los llevaré en mis manos y seré su Salvador.
5 ¿A qué me compararán en el cielo o en la tierra? ¿A qué me igualarán?
6 ¿Me compararán con un ídolo hecho de oro y plata? Contratan un orfebre que tome su riqueza y con ella les haga un dios. ¡Después se postran y lo adoran!
7 Lo llevan en hombros y cuando lo ponen abajo, allí se queda, pues no puede moverse. Y cuando alguien le suplica no obtiene respuesta, pues no puede sacarlo de apuros.
8 ¡No lo olviden, apóstatas,
9 no echen en olvido las muchas veces que con claridad les dije lo que acontecería en el futuro! Porque yo soy Dios, yo y nadie más, y no hay otro que me iguale,
10 que pueda predecir lo que va a suceder. Todo cuanto yo digo se cumple, pues yo hago cuanto quiero.
11 Del oriente llamaré aquella veloz ave de rapiña, a Ciro, aquel varón de tierras lejanas. Él acudirá y hará mi voluntad.
12 ¡Escúchenme, hombres empecinados y perversos,
13 porque yo les ofrezco liberación, no en un futuro lejano, sino ahora mismo! Presto estoy para salvarlos, y restauraré a Jerusalén y a Israel, gloria mía.